El tren
Largo, dos locomotoras, lento a morir, poco ocupado. Blancos pocos, todos marginales; los demás ocupantes originarios, elegantes. educados, desde el jefe del hasta hasta el cocinero/a.
Son curiosos, preguntan, sonríen, delgados los jóvenes, hay poca gorda de esas elefantiásicas. Críos juguetones inquietos con peinados imposibles se pasean sin ninguna restricción por el vagón.
Calor, conversa, se apea uno en cada estación, calma chicha y sueño. Perfecto.
Pasan anunciando cosas imposibles, mas ya saben que yo prefiero las morenas (cervezas) y me muestran las minas (diamantinas).
¿La salida de Johannesburgo?
Shantytowns, bidonvilles, villas miseria y suburbios fabriles. Lentamente un paisaje entre Los Vilos y Chillán, a veces marcados con esos hormigueros del Mato Grosso y el ganado Brahma, con un poco de Hereford y ovejas, chivos, caballos pastando, campos enormes sembrados y en barbecho. Todo familiar.
Noche. Todos duermen salvo los chiquillos y sus mamàs (pocos padres).
Warrenton, listo: cambié de pasillo fumador y encontré a Razeed, de Cape Town. Ofreció dejarme en el camping de Belleville, que encontré en Santiago pero no anoté su dirección y ahora imposible el acceso a internet: la útima wifi fue en Camp den Berg, a la salida del parque Kruger. Todo eso antecidido y predecido de la retahila de advertencias de lo daingerouz que es todo, incluyendo ciudades que ya me habín santificado.
Kimberley. Su lagoon llena de flamencos y su hoyo más grande del mundo de tanto sacar diamentes, comenta el gringo que vive allí. El resto de su plática es incomprensible y sólo sonrío y repito las últimas sílabas: funciona. Funciona a medias con una negra expansiva que al final me pide que le compre una cerveza -sólo atino a darle la que recién compré. Me aferro a los últimos rand que cambié.
¿Los precios? Aún con los debidos recargos por estar a bordo, todo sale más barato y sabroso que en mi Unimarc. La cena: un beef stew con "pap", una especie de puré blanco entre la chuchoca y la yuca, sabrosa, muy sabrosa. Ensalada y sidra fresca. La cuenta: 3 lucas.
Amanece. Le agradezco a Razeed que me haya invitado a su vagón. El mío se llenó de bochincheros buscando tequila.
Estepa, mesetas a lo lejos, pastos, ovejas y nubes, todo a lo lejos, muy abierto el espacio.
Hasta aquí llevaba contadas 3 bicicletas: se triplicó la cuenta, algunos campesinos, obreros agrícolas las usan, cerca de los pueblos. Pero sobre todo, gente caminando a buen tranco ¿Será que también las bicis son peligrosas?
Lainsburg, 1971: Razeed me muestra un gran cementerio, uno de tantos que veré, ordenados, aplilados otros, judíos, hermosos o tristes. Se rompió una gran represa y todo el pueblo muerió ahogado, salvo la familia del cura que tenía su casa en lo alto del cerro, sola.
Hace calor, en ciudad del Cabo dejó de llover. El jefe del tren me advierte que no ande allá solo.
Cuatro túneles y viñedos por doquier. Pasán súbito los guardias cerrando las persianas, el tran va lento expectante. Están quemando las viñas y tirando piedras al tren.
Vuelven los bidonvilles y hay grandes jacarandáes, bouganvillas y araucarias.
R
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